Entre 1945 y 1946 se juzgó a los principales criminales de guerra nazis. La ciudad alemana de Núremberg se convirtió en el lugar elegido para someter a un tribunal a figuras como Hermann Göring, la mano derecha de Adolf Hitler. Esto lo sabe todo el mundo, viene en cualquier libro de historia escolar. Lo que quizá no es tan popular es el proceso previo a conseguir que 24 líderes del Tercer Reich fueran llevados ante la justicia. Uno de los procedimientos fue el de someterlos a un diagnóstico psiquiátrico para cerciorarse de que todos ellos eran aptos para ser juzgados. Douglas Kelley fue el encargado de la tarea. Su trabajo quedó documentado en el libro El nazi y el psiquiatra y, ahora, ese libro pasa a la gran pantalla con Núremberg, un ‘thriller’ judicial que parece de otro tiempo.
Núremberg, dirigida y guionizada por James Vanderbilt, arranca con el final de la Segunda Guerra Mundial. Hitler se ha suicidado, otros dirigentes del Tercer Reich han seguido el mismo camino y el destino de los que quedan con vida es la cárcel o huir. Cuando Göring (Russell Crowe) es detenido, el fiscal estadounidense Robert H. Jackson (Michael Shannon) se plantea juzgarlo a él y a otros líderes nazis. Para hacerlo, hay que seguir un protocolo. Lo dicho: un psiquiatra tiene que estudiarlos. Ahí entra en juego Douglas Kelley (Rami Malek), quien contará con la ayuda del intérprete de alemán Howie Triest (Leo Woodall).
Kelley se propone sacar algo de este trabajo: escribir un libro sobre la maldad del ser humano. Sabe que, para que funcione, primero tiene que ganarse la confianza de Göring. Si lo consigue, el resto de personalidades del Tercer Reich también se abrirán con él. Kelley es inteligente, pero Göring también y comienzan entonces una serie de encuentros entre ambos en los que la indiferencia se convierte en una amistad algo engañosa. La verdadera naturaleza de su relación no sale a la luz hasta que llega el juicio y todas las cartas se ponen sobre la mesa.
Leo Woodall, la gran sorpresa

Walden Media / Filmsquad / Mythology Entertainment
Núremberg, que recuerda a los ‘thrillers’ judiciales de los años 90, comienza con buen pie, pero las actuaciones de Rami Malek y Russell Crowe están desentonadas. El primero se excede en su interpretación del psiquiatra y el segundo, aunque más coherente, roza la parodia. El único que parece haberlo entendido todo es Leo Woodall. Él es la gran sorpresa de la historia y una de las mejores cosas del filme.
Vanderbilt no consigue unificar a sus intérpretes y tampoco que sea fácil conectar emocionalmente con el relato y los personajes. Sí es capaz, sin embargo, de rascar algo de humanidad en lo más profundo Göring. Lo hace a través de su familia. La mujer e hija del líder nazi se convierten en una herramienta de Kelley para ganarse su confianza y también para que Vanderbilt engañe un poco al espectador. Eso sí, el cineasta no perdona: al final, todos muestran sus verdaderas caras y pagan por ello.
Hay intriga en Núremberg, pero no en la cantidad a la que se le pide a un gran ‘thriller’ judicial. Es, en los momentos en los que el tribunal se pone en marcha y Robert H. Jackson y Göring se enfrentan en un duelo, cuando la película muestra una de sus mejores caras. No dura mucho, porque el desenlace entre los personajes de Malek y Crowe con su última conversación, es decepcionante. Su relación nunca llega a coagular del todo y eso lo arrastra hasta el final.
Núremberg es una película imperfecta y no es el gran ‘thriller’ judicial que esperabas, pero no todo está perdido: sirve para hablar de algo muy actual. «Hombres malos hay en todas partes y no vendrán vestidos de uniforme», dice el personaje de Malek al final, cuando se le pregunta, tras los juicios de Núremberg, si algo como el Holocausto pude volver a ocurrir. No se equivocaba.